Aurora era una niña muy curiosa, le encantaba imaginar mundos alternos en donde nada es como acá. Una mañana se despertó y fue a desayunar, pero cuando bajó las escaleras de su casa se dio cuenta de que el lugar donde se despertó no era su casa, ya que ella vivía en un departamento y este lugar tenía un aspecto acogedor y rústico. En la sala había un chico con cabeza de zorro, con una mirada seria la invitó a desayunar con él, le dio mate y tortas fritas y le preguntó qué hacía en su casa, a lo que ella respondió que no sabía qué pasó ni cómo llegó a la casa del zorro. Él le explicó que esa casa se ubicaba en un bosque muy peligroso y que la ayudaría a volver a su hogar.
Luego desayunar salieron a buscar al sacerdote del pueblo porque no sabían qué hacer. Antes de salir, el zorro tapó a la niña para que los vecinos no la vieran, pero fue en vano, el sacerdote se asustó al verla y los echó. Sin saber qué hacer, volvieron a la casa del zorro y Aurora se acostó a dormir.
Al despertar, apareció en su hogar otra vez y bajó rápidamente a contarle a su mamá lo que acaba de pasar. Ella le respondió que seguramente solo había sido un mal sueño y que era mejor olvidarlo. Pero Aurora quiso volver, ya que el mundo en el que estaba la aburría.
Cuando anocheció se preparó para dormir y se acostó, cuando abrió los ojos se dio cuenta de que se encontraba en la casa del Zorro otra vez. Le explicó que en su hogar no pasaban tiempo con ella. Al zorro le cayó muy bien la niña así que la dejó ir las veces que quisiera, a comer y a jugar, con la condición de que sus vecinos no se enteren. Así Aurora pasó a sus tardes con el zorro tomándo té y hablando.